Lecciones de liderazgo de Abraham Lincoln

Abraham Lincoln, tuvo menos experiencia de liderazgo que cualquier presidente previo. George Washington y Andrew Jackson habían sido generales, otros mandatarios habían sido gobernadores de estados, y todos los presidentes provenientes del sur del país habían sido propietarios de plantaciones. Habían administrado organizaciones y dirigido personas. Lincoln, en cambio, había sido legislador estatal, miembro del Congreso durante un período y socio de un bufete de abogados compuesto por dos personas; guardaba sus papeles más importantes en su sombrero.

Lincoln, sin embargo, fue un líder tan efectivo que la mayoría de los historiadores suele ubicarlo entre los mejores presidentes en la historia de Estados Unidos.

Algo que lo ayudó, sin duda, es que se trata de uno de los grandes escritores estadounidenses y ciertamente el mejor que ha ocupado la Casa Blanca (En sus mejores momentos, Jefferson podía igualarlo, pero su rango era más estrecho). Dejando de lado talentos tan extraordinarios, ¿qué principios de acción pueden guiar a los sucesores de Lincoln?

Citar el precedente. Como abogado, Lincoln siempre fue consciente de los precedentes, y como el hijo infeliz que nunca tuvo una buena relación emocional con un padre exigente y enemigo de los libros, siempre estuvo en busca de sustitutos paternos. En los padres de la patria de Estados Unidos encontró tanto los precedentes como los hombres a los que podía admirar.

La carrera de Lincoln durante su madurez —desde la derogación del Compromiso de Missouri en 1854 hasta su muerte en 1865— fue, entre otras cosas, una prolongada campaña para demostrar que sus posturas en temas como la esclavitud eran las mismas de los fundadores de la república. (Lincoln quería contener y, en definitiva, extinguir la esclavitud; al igual que ellos, decía).

Insistió en este tema en su discurso de tres horas pronunciado en Peoria en 1854, la primera ocasión en que expresó sus ideas. Volvió a ellas en reiteradas oportunidades en sus debates con el senador demócrata de Illinois, Stephen Douglas, en 1858. En 1860 dedicó la mitad de su discurso en Cooper Union, en Nueva York, a demostrar que «nuestros padres, quienes forjaron el gobierno bajo el cual vivimos», estaban de acuerdo con él. «Al igual que los padres señalaron la esclavitud, señalémosla otra vez», manifestó, «como un mal que no debe propagarse».

Lincoln quería envolverse en el aura de los padres de la patria y creía que ellos tenían razón en cuanto a la naturaleza humana, la libertad y la igualdad. Quería estar en el bando de ellos y que ellos estuvieran en el suyo.

Defienda bien sus posturas. Las historias de los reinos y los imperios suelen ser historias de las cortes: quién le contó algo en voz baja a quién. En gran medida esto también ocurre, por desgracia, en la cobertura periodística de la política actual: ¿Quién llegó a hablar con el jefe de gabinete? ¿Cómo se enteró de esto el senador? Si el duque de Saint-Simon, el cronista de las intrigas en el Palacio de Versalles durante el reinado de Luis XIV, el Rey Sol, estuviera vivo, tendría una columna de opinión o conduciría un programa de entrevistas en radio o televisión.

Lincoln conocía bien el juego de las transacciones políticas, cerrando acuerdos y manipulando colegas, cuando tenía que hacerlo. Pero entendió que, en última instancia, las democracias no se rigen por esas pequeñas maniobras, sino por las personas. «La opinión pública es todo en este país», dijo en forma rotunda en 1859. Esto significa que todo depende de que la opinión pública sea cortejada, formada y educada. Esto, a su vez, requiere que los líderes den su opinión y se expongan. Ayuda, por supuesto, si sus argumentos son claros y sus programas de gobierno razonables. Pero hasta el estadista con espíritu filosófico más brillante tiene que defender su causa.

El humor ayuda. Lincoln había acumulado un sinnúmero de bromas e historias divertidas, muchas de ellas subidas de tono. Solía usarlas para distraer a las personas que sabía que no podía conformar de inmediato. Leonard Swett, uno de sus aliados políticos de Illinois, recordó que una vez recibió visitas de Springfield, Illinois, luego de haber obtenido la candidatura del Partido Republicano a la presidencia en 1860: «Les contó una historia, no dijo nada más, y los despidió».

Pero en un nivel más profundo, el humor de Lincoln servía para mantener todo en su justa proporción. Una de sus bromas favoritas, que su último socio en el bufete de abogados, William Herndon, dijo que se la escuchó a Lincoln repetidas veces, era sobre un hombre calvo e inteligente que se tiraba gases mientras trozaba un pavo en una fiesta «para que todos en la fiesta pudieran escucharlo con claridad». Al final, el héroe del cuento logra cortar el pavo.

La situación absurda, con su giro vulgar, servía para recordarle a Lincoln y quienes lo escuchaban que la vida está llena de contratiempos y (peor aún) de vergüenzas. Nadie debería extrañarse ni sentirse agraviado o agredido por esto. No queda más que seguir adelante, con alegría si es posible. Esta es una lección importante para todas las frustraciones y crisis de la política.

Los principios son lo primero. Lincoln creció en un partido político grande que tuvo una vida más corta que la suya. El Partido Whig se formó a comienzos de la década de 1830 para combatir a Andrew Jackson, el hombre que había transformado el Partido Republicano de Thomas Jefferson y James Madison en el actual Partido Demócrata. Jackson tenía una personalidad combativa y tempestuosa, pero también tenía principios: gobierno reducido, defensa del ciudadano común y corriente (esto último sigue siendo un lema para los demócratas de hoy).

El Partido Whig tuvo líderes fuertes, como Henry Clay y Daniel Webster, y también principios: querían un banco central, aranceles proteccionistas y desarrollo económico. Pero no corrían buenos tiempos para los Whigs, ni sus principios. Clay redujo los aranceles luego de la Crisis de Anulación de 1832-1833, y el permiso de operación del Segundo Banco de Estados Unidos expiró en 1836 y nunca fue renovado. Los Whigs quedaron reducidos a los intentos de ganar las elecciones presidenciales con héroes de guerra como candidatos. Dos de ellos, William Henry Harrison y Zachary Taylor, triunfaron en 1840 y en 1848. Pero el terceo, Winfield Scott, perdió en forma abrumadora en 1852. El Partido Whig murió de agotamiento.

Sin embargo, un nuevo problema se asomaba en el horizonte. John Stuart, un ex congresista Whig que había sido el primer socio de Lincoln en el estudio de abogados y su mentor, le dijo un día: «Lincoln, se acerca el momento en que debemos ser abolicionistas o demócratas». «Lo tengo decidido», respondió Lincoln, «porque creo que la esclavitud no es un tema sobre el cual se puede llegar a un compromiso exitoso».

Lincoln había sido parte de un partido que había extraviado sus principios. Jamás volvería a estar en una situación similar. En 1860, cerró su discurso en Cooper Union con un llamado resonante a sus colegas republicanos: «Tengamos fe en que el derecho triunfará y con esa confianza atrevámonos a cumplir, al fin, con nuestro deber tal como lo entendemos».

Ser inclusivo. Los principios no son cosas incorpóreas; necesitan hombres que las hagan realidad. Lincoln tenía una gran capacidad para hacer aliados.

Esto fue, en parte, una necesidad de un nuevo partido. El Partido Republicano, que se unió en 1854-56, incluyó a algunos abolicionistas de larga data, Whigs, demócratas y otros grupos. Lincoln trabajó con hombres que provenían de todas estas tendencias y tenían distintos temperamentos. Su secretario de Estado, William H. Seward, era afable y de muy buen humor. Su secretario del Tesoro, Salmon P. Chase, era decidido y siempre estaba dispuesto a presentar su renuncia. Su primer secretario de Guerra, Simon Cameron, no siempre seguía las normas de la ética y Lincoln lo salvó de una investigación en el Congreso.

La historiadora Doris Kearns Goodwin, al estudiar el gabinete que armó Lincoln, acuñó la expresión «Equipo de Rivales». Tal vez sea mejor decir que Lincoln pasó por alto las rivalidades para concentrarse en lo que él podía tener en común con estos hombres talentosos y combativos.

Lincoln expresó su regla general en su discurso de Peoria en 1854: «Defiendan a quien defienda lo correcto. Defiéndanlo mientras esté en lo correcto y apártense cuando tome el rumbo equivocado».

Miren el pasado, háganse escuchar, manténganse firmes y manténgase unidos. Lo que le sirvió a Lincoln le puede servir a usted.

Fuente:

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