En el Reino de Bután, un pequeño país situado al sur de Asia, el Gobierno decidió medir desde el año 1970 la Felicidad Interna Bruta (FIB) como una forma de alternar el modelo tradicional de los países donde vivimos en los que se suma el total de la riqueza generada durante cierto periodo de tiempo, o sea el Producto Interno Bruto (PIB).
Con la llegada del nuevo primer ministro a ese país, Tshering Tobgayel, el sistema mediante el cual se mide la satisfacción de cada ciudadano por recibir un poco de la riqueza generada en el país se ha puesto en tela de juicio porque se considera que no hace frente a todos los problemas sociales que aún no han logrado superarse; la realidad es que más allá de la medición, Bután representa un ejemplo de reflexión sobre la concepción de desarrollo y la capacidad para medir el bienestar de un país.
Puede que en Colombia midamos la felicidad desde encuestas privadas que arrojan nuestra satisfacción con el entorno en el que vivimos en niveles superiores a otros países de América Latina; sin embargo, es claro que aún nos mantenemos en lo que Clive Hamilton llama, en su libro El fetiche del crecimiento, el culto a medir el PIB, o sea que la solución a todos los problemas es mantener ritmos del 4 y 5 por ciento al año. La verdad es que la teoría económica y los casos de éxito de países de la región han demostrado que si bien crecer es vital para cualquier economía, la única forma de que eso contribuya con los fenómenos que adolecen es la generación de desarrollo.
¿Y qué significa, entonces, desarrollo? Entre las miles de definiciones hay una que me resulta interesante, pues asocia la capacidad de un país para traducir en bienestar todo el crecimiento.
Eso quiere decir que el discurso de los diferentes actores que componen el aparato económico en Colombia merece un ajuste mínimo complementario para que no se limite a crecimiento, inversión, inflación, revaluación, deuda y, menos utilizar por separado pobreza, desempleo, desigualdad, informalidad, cobertura e infraestructura. Todas las variables requieren un discurso integrado que permita entender que el buen comportamiento de lo primero impacta sobre lo segundo.
El desarrollo económico que debería medirse en Colombia a través de un gran indicador permitiría tener una noción de qué tanto se traduce el crecimiento en bienestar y hasta dónde los buenos resultados de la economía colombiana equivalen proporcionalmente a la superación de los fenómenos sociales que aquejan al país.
¿El crecimiento registrado durante los últimos años se puede comparar con los niveles actuales de infraestructura? Vale la pena analizarlo en un momento en el que ya no se habla de desarrollo, sino de posdesarrollo.
Hay en Colombia reducciones marcadas en pobreza, desempleo y desigualdad, y ha crecido la presencia del Estado en regiones apartadas; no obstante, ¿ese resultado es el necesario para superar la deuda histórica? o ¿es la proporción merecida por cuenta del crecimiento económico que se ha tenido?
En cualquiera de los casos hay que tener claro que un país desarrollado incrementa el verdadero índice de felicidad de sus ciudadanos.
Fuente:
Crecimiento, desarrollo y felicidad