En Gangnam, la zona acomodada de Seúl famosa por el video de la estrella del pop Psy, las restricciones del gobierno sobre los préstamos inmobiliarios congelaron un mercado en el que los precios habían llegado a subir 25% al año.
En Toronto, los precios de las viviendas revirtieron su rápido ascenso y cayeron durante cinco meses después de que el gobierno cambió las reglas para elevar los pagos mensuales de los créditos nuevos.
En Tel Aviv, sin embargo, los precios de las residencias siguieron escalando —acumulando un alza de 11% en los últimos 12 meses en el caso de un apartamento de tres dormitorios— a pesar de que el banco central elevó el pago inicial mínimo e hizo que los créditos hipotecarios fuesen menos atractivos para los bancos.
Los banqueros centrales de todo el mundo están siguiendo de cerca estos experimentos, entre ellos Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos. Afectados por la peor crisis financiera en 75 años, Bernanke y sus colegas buscan formas de frenar los excesos crediticios antes de que se conviertan en burbujas y de presionar a las instituciones financieras para que apuntalen sus defensas antes de la próxima crisis.
El alza de las tasas de interés para desalentar el endeudamiento ha sido considerada desde hace mucho tiempo un arma cruda pero eficaz. No se trata, sin embargo, de una medida que los bancos centrales están deseosos de adoptar en momentos en que la inflación es baja o el desempleo es alto, como ocurre en muchos países en la actualidad.
Por eso, algunos bancos centrales se están concentrando en atacar áreas específicas en las que detectan excesos. Puesto que las burbujas financieras muy a menudo involucran al sector inmobiliario —que fue el epicentro de la crisis más reciente— muchos están buscando formas de controlar los auges en los precios de viviendas al restringir los créditos hipotecarios.
No es lo único. Indonesia, por ejemplo, prohibió el año pasado la compra de motocicletas sin un pago inicial, mientras que Corea del Sur impuso gravámenes para desalentar que los bancos asumieran deuda a corto plazo en dólares.
Hasta ahora, los resultados de estas medidas han sido marcadamente desiguales. En algunos lugares, los experimentos están dando los frutos deseados, en otros no.
El objetivo de las nuevas herramientas es proteger todo el sistema financiero y la economía, razón por la cual los economistas las describen como «macroprudenciales». Esto las distingue de las medidas «microprudenciales», como la supervisión tradicional para resguardar la seguridad y solidez de los bancos individuales.
Por el momento, estas preocupaciones son, en gran parte, hipotéticas para EE.UU., Europa y Japón, cuyos bancos centrales intentan estimular el crédito. No obstante, la promesa de la Fed de mantener las tasas de interés bajas durante mucho tiempo —siempre y cuando el desempleo siga siendo alto y la inflación baja— ya ha provocado el regreso de algunos tipos de préstamos riesgosos que precedieron la crisis de 2008.
Después de la crisis, el Congreso estadounidense expandió las responsabilidades y autoridad de la Fed y otros reguladores, pero no le concedió algunas de las facultades de las que disponen otros bancos centrales, como ha habilidad de fijar montos mínimos para un pago inicial. Bernanke, sin embargo, ha hablado de manera favorable sobre una estrategia más focalizada: «La incorporación explícita de consideraciones «macroprudenciales» en el marco de la supervisión financiera del país representa una innovación importante en nuestro pensamiento… que está ganando adeptos no sólo en EE.UU., sino también en el exterior».
El concepto, sin embargo, incomoda a algunos economistas. «Las herramientas macroprudenciales son nuevas, y se conoce poco sobre su efectividad», apunta Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, que ha publicado en los últimos tres años 23 trabajos que aluden al tema.
Las técnicas también han generado un debate entre los bancos centrales, reguladores bancarios y académicos sobre si pueden cumplir lo que sus defensores prometen.
Algunos consideran que el concepto «macroprudencial» no es más que un eufemismo para justificar la práctica, en gran parte desacreditada, de que los gobiernos deciden dónde asignar el capital.
Pero sus promotores dicen que el resultado de dejar todo en manos de los mercados fue lo que provocó la peor crisis financiera en varias generaciones. «Muchos pensaron que lo más adecuado era esperar hasta que una crisis explotara y después limpiarla», expresa Kim Choong-soo, gobernador del banco central de Corea del Sur. «La crisis que enfrentamos fue tan enorme y tuvo un impacto tan enorme sobre nosotros que empezamos a pensar que la prevención podría costar menos».
Detrás de buena parte del debate está la pregunta de cuándo se deberían usar las herramientas macroprudenciales en lugar de los aumentos en las tasas de interés. Algunos críticos recuerdan que un exceso de dinero fácil ha generado brotes inflacionarios en el pasado, y les preocupa que estas medidas no sean más que un pretexto para dilatar las alzas de tasas.
Adair Turner, quien hasta hace poco era el principal regulador de la banca británica, responde que «la tasa de interés que se necesita para desacelerar un boom en los precios inmobiliarios es probablemente tan alta que uno realmente arruinaría otra parte de la economía mucho antes de que el boom inmobiliario perdiera fuerza».
Aunque atractivos para algunos en teoría, los nuevos instrumentos podrían ser difíciles de digerir en lo político. El uso de las tasas de interés para pilotar la economía, aunque algunas veces es polémico, es ampliamente aceptado por los mercados, bancos, políticos y el público. Dificultar que una familia compre una vivienda es harina de otro costal.
Cuando el banco central de Israel aumentó el pago inicial mínimo para adquirir una vivienda a 30% del precio total, redujo el requisito a 25% para quienes compraban su primera vivienda. Stanley Fischer, que dejó la presidencia del banco central el 30 de junio, atribuye la decisión a «razones políticas». Moshe Gafni, un legislador, le dijo a Fischer en una audiencia que «es inconcebible que una pareja joven no pueda comprar un apartamento porque no sean ricos».