Seguramente encontrará como explicación más recurrente algún factor coyuntural (pérdida del empleo, enfermedad o un accidente, por ejemplo), situaciones que de forma abrupta y no planeada afectaron de manera relevante el ingreso o el gasto.
Sin embargo, la realidad es que en la mayoría de los casos la explicación fundamental debe encontrarse en las situaciones que precedieron a esa coyuntura.
En estudios realizados por la Reserva Federal de Nueva York y algunas instituciones académicas, existe evidencia de que, en momentos de crecimiento económico sostenido, se presenta en la mayoría de las personas el fenómeno conductual de sobreconfianza. Éste nos lleva a sobredimensionar tanto las expectativas futuras, como nuestras capacidades presentes.
Tener un ingreso, tener un empleo adecuado o bien remunerado genera, en la mayoría de las personas la percepción de que esa situación permanecerá sin cambio en los siguientes años y que incluso si tuvimos una situación previa no favorable, nuestra situación financiera tenderá a mejorar. Así, la conducta financiera y nuestra perspectiva del presente y el futuro están intrínsecamente relacionadas.
Sin llegar al extremo de George Taylor, economista de la Universidad de Wharton, que afirmaba la existencia de una correlación entre el bienestar económico percibido y la tendencia en el largo de la falda, existe evidencia de que la situación económica incide en nuestra percepción y está en nuestra conducta.
En sentido contrario, existe también evidencia de que en situaciones de recesión o crisis se acentúan los patrones de ahorro porque la cercanía del escenario negativo nos hace más reflexivos.
¿Cómo nos afecta la sobreconfianza?
Por un lado, tendemos a sobredimensionar nuestra capacidad de pago de servicio de la deuda, limitando nuestra capacidad de maniobra en caso de contingencia pero, sobre todo, limitando los recursos que estamos dispuestos a canalizar a mecanismos de ahorro patrimonial de largo plazo. Por ello afecta no sólo nuestra situación económica inmediata, sino también de manera más grave nuestra situación económica del futuro.
También afecta la manera en la que juzgamos el plazo de nuestra deuda y ello nos lleva a contratar deuda que en los hechos se convierte en deuda de mediano y largo plazo, para atender necesidades de corto plazo. Como un dato relevante, en los últimos 10 años, la proporción del crédito total de la banca otorgado al sector privado, que se canaliza al consumo (pensemos en tarjetas de crédito), ha pasado de ser 3.5% en 1996 a 25% en este momento, a nivel internacional. Y el comportamiento de esta tendencia está directamente relacionado con la evolución de la situación económica de los países. Hacemos crecer nuestra deuda en tarjeta de crédito, que es la menos rentable patrimonialmente hablando.
Además tendemos, también por sobreconfianza, a utilizar mecanismos de deuda de fácil acceso pero elevado costo, como las tarjetas de crédito, y a acceder a múltiples fuentes de endeudamiento (tarjetas bancarias, de casas comerciales, créditos automotrices) que contribuyen poco a la creación real de un patrimonio de largo plazo, como sí ocurre con el crédito hipotecario.
La conjunción de estas tendencias, producto de la sobreconfianza, nos acerca a situaciones límite en las que, ahora sí, una coyuntura negativa determinada no planeada genera un efecto a veces catastrófico para las personas y las familias. Después de todo, como indica Warren Buffett, “sólo cuando la marea baja, se descubre quién ha estado nadando desnudo”.
Credito:
Raúl Martínez Solares: El autor es politólogo, mercadólogo y especialista en economía conductual.
fuente: www.bancaynegocios.com