A veces nos cuestionamos: ¿Por qué? y ¿Para qué trabajamos? Son preguntas con respuestas diferentes. Una busca determinar las causas, el pasado; la otra los objetivos, el futuro.
La vida laboral empresarialdel mundo moderno se vive en una carrera frenética diaria. El cumplimiento de tareas, compromisos y obligaciones absorben nuestro tiempo. El desempeño, la competencia, la competitividad exigen que demos lo mejor. Quedarnos rezagados es perjudicial, más en un mundo globalizado. Trabajar cubre una tercera parte y a veces más del día. Por el desempeño se recibe como contraprestación salarios u honorarios.
Otro trabajo que poco se mide y que requiere gran esfuerzo está relacionado con las tareas del hogar. Trátese de quehaceres domésticos, cuidado y educación de los hijos, padres, otros familiares, etc. Mantener el hogar es similar a una empresa. Hay derechos y obligaciones. Existe gracias a los aportes de sus integrantes. Para los hogares conformados por padres e hijos, la jornada de trabajo puede ser mayor a la tercera parte del día.
Otro tipo de trabajo que puede pasar desapercibido o ser mínimo es el que deberíamos realizar en “Nosotros mismos”. Se debe a que nos han ocupado tantas obligaciones con los demás que no lo tenemos en cuenta, o al final de la jornada estamos demasiado agotados para tomar acción. Nuestras horas pasan en la empresa, en obligaciones familiares y domésticas, en transportarnos, en alimentarnos, un poco de ocio, etc. No contamos acá el sueño, que debería ser sagrado, la otra tercera parte; a veces es menos, pues se dice que “el tiempo no alcanza”.
Cabe entonces la pregunta: ¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? Es una pregunta de mucha trascendencia. ¿Lo que hacemos en nuestra empresa o en nuestras actividades personales nos apasiona, o simplemente lo hacemos porque “toca”? Cuando nos cuestionamos abrimos nuestra mente a muchas oportunidades. A veces no estamos conformes y no es algo que sea malo. Por el contrario, nos impulsa a salir de nuestra zona de confort. A ser creativos, a cambiar. Queremos mejorar, superarnos, ascender, ganar más dinero, tener poder, hacernos notar, sobresalir. En ocasiones nos obsesionamos por resultados prontos, sin darnos cuenta que todo en la vida es un proceso. En el momento justo.
Pero como decía Confucio: “Dedícate a lo que te gusta y no tendrás que trabajar ni un solo día en tu vida”. El mundo ideal. No trabajar por obligación o por dinero, sino porque nos apasiona. Algo que nos haga levantar de la cama cada día sin mayor esfuerzo. Un verdadero reto descubrir esa misión. Ello parte de un trabajo interior, de desarrollo personal, cambios en la forma de pensar, de hábitos, probar nuevas experiencias, desaprender, arriesgar; reflexionar sobre lo más importante en nuestra vida.
Se debe tener el tiempo para nosotros, para estar solos y armar nuestro plan de vida. El día tiene 1.440 minutos. ¿Cuántos dedicas a tus sueños y a ti mismo? ¿Cuándo piensas hacer lo que te apasiona así no te paguen?
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