Cómo hablar sobre dinero con sus amigos

Por KATY MCLAUGHLIN

Hace unas semanas, nos visitaron unos amigos que hacía mucho que no veíamos. Conversando sobre cómo nos había ido, le preguntaron a mi esposo, Alejandro, sobre su nueva empresa.

Alejandro agachó la cabeza y se encogió de hombros.

«Con altibajos, sabes. El dinero viene y se va. Muchos problemas», rezongó. Nuestros amigos se miraron entre sí, evitaron hacer contacto visual con nosotros e incómodamente cambiaron de tema. Noté que temían haber puesto el dedo en la llaga.

Entonces, intervine.

«¡Su compañía anda muy bien!», exclamé. «Mucho mejor que sus proyecciones. Está haciendo un trabajo estupendo. Este tipo es extraordinario», dije señalando a mi marido, quien se veía completamente mortificado y se escabulló para cambiar la música.

Durante toda la noche quise darle un sermón a Alejandro, y cuando se fueron, lo hice.

 

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Michael Paraskevas

«¿Por qué no les contaste a nuestros amigos cómo está yendo tu empresa? Les diste la impresión de que está horrible cuando en realidad anda muy bien», me quejé.

Resulta que él estaba igual de molesto por la forma en que yo había respondido.

«Suena como si estuvieras fanfarroneando. No quiero hablarle a la gente como si fuera súper exitoso y estuviera ganando un montón de plata», explicó.

El tema del dinero es tan divisivo en tantos matrimonios que me alivia saber que Alejandro y yo tenemos mucho en común. Pero este incidente me hizo pensar en un aspecto de la relación que no se toca mucho: la diferencia en cómo hablamos sobre nuestro estatus financiero con el mundo exterior. Me di cuenta que mi esposo y yo nunca llegamos a un acuerdo sobre lo que nos gustaría revelar, u ocultar, sobre nuestra situación económica. En cambio, normalmente nos fastidiamos al hacer lo que a cada uno le parece razonable.

Un ejemplo de esta tensión se da durante nuestros viajes anuales a Uruguay, el país natal de Alejandro. Cuando llegamos allí, me niego a dormir en el piso de las salas de estar en las casas de nuestros amigos o en hoteles baratos como quiere hacer él. Por eso, después de insistir, hemos rentado grandes departamentos o acogedoras casas en la playa. Ante la constante oposición de Alejandro, hemos tenido muchas discusiones. Su objeción: «La gente acá pensará que tenemos más dinero que ellos».

Conozco a muchas personas que tienen más plata que yo, y de todas formas me agradan, le respondo. Siempre me ha costado entender cómo esto puede ser un problema.

Por otra parte, me parece muy frustrante cuando oigo a Alejandro contar todas sus preocupaciones y temores sobre la empresa a mi papá, sin compartir los aspectos positivos y los triunfos. Mi padre, un ex corredor bursátil, ama los negocios y está muy entusiasmado con la empresa de camiones de Alejandro. Lo acompaña a inspeccionar los vehículos, les pregunta a los conductores sobre su vida y calcula los gastos de combustible. Fantaseo con que un día Alejandro llame a su suegro y comparta la noticia de un mes excepcional. Pero seamos realistas, Alejandro no podría imaginar algo más embarazoso.

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Ante la gran frecuencia de «¿cómo anda la empresa?», decidimos conversar detenidamente sobre nuestras posturas y crear algunas reglas.

En Uruguay, me explicó Alejandro, el mayor elogio que uno le puede dar a una persona es decir que «tiene un perfil bajo». De los ricos, agrega, se piensa que han estafado o engañado a alguien en su camino a la riqueza y a menudo se los ve con suspicacia. Por lo tanto, los uruguayos con frecuencia se esfuerzan por asegurarle a uno que están quebrados y que todo anda mal. A veces me asombra ver que en Uruguay, siempre que alguien deja escapar algo positivo sobre su vida, de inmediato dice «por suerte».

La situación no podría ser más diferente en Estados Unidos, le dije a Alejandro, mientras le explicaba el significado de «poor-mouthing» (cuando alguien se queja constantemente sobre la falta de dinero, a menudo como excusa o defensa) y lo mal visto que está en esta cultura. El éxito es una expectativa tan profundamente arraigada en esta sociedad que odiamos preocupar a nuestras familias y amigos con nuestras confesiones de penurias. Cuando les indico a mi familia y amigos que nos va bien y que todo está calmo en el frente financiero, no siento que estoy haciendo alarde de ello sino que los estoy tranquilizando.

Ambos admitimos que hablar de dinero es en general de mal gusto y que sería mejor evitarlo de ser posible. Alejandro aceptó que al hablar de su empresa con nuestros amigos más cercanos y nuestra familia, será más transparente y optimista cuando los hechos lo justifiquen. Entre los uruguayos, prometí ser más respetuosa del patrón oro del «perfil bajo»: me hospedaré en uno o dos hoteles baratos en Uruguay y me aseguraré de no pintar de rosa nuestra vida.

Y si alguien pregunta cómo nos está yendo en general, voy a tratar acordarme de mostrarme un poco menos entusiasmada y Alejandro un poco más. Es un punto medio feliz. Por suerte.

fuente: http://online.wsj.com