Cuando los amigos siempre llegan tarde

Cuando los amigos siempre llegan tarde

«¿A quién invitamos este fin de semana?», le dije a Alejandro.

Mi esposo y yo, que pasamos años trabajando al menos el sábado, y a veces el domingo también, sentimos que tener los fines de semana libres es el máximo lujo. Y desde que nos mudamos a nuestra nueva casa, que tiene una piscina, valoramos nuestros fines de semana aún más. Nos encanta invitar al menos a una familia para nadar, cocinar a la parrilla, disfrutar del sol y una cerveza fría, lo que nuestra familia considera la forma perfecta de pasar el día.

Hubo una pausa en el aire antes de que Alejandro respondiera «No lo sé», y se fue de la habitación.

Me percaté claramente de lo que significaba ese momento, y me causó tristeza: Alejandro tiene una lista larga de personas que le encantaría invitar. Pero sabemos lo que ocurriría: para cuando llegaran, con horas de retraso, los niños estarían aburridos y quejosos, todos nos estaríamos muriendo de hambre, y yo estaría enfurecida.

Tenemos un grupo de amigos en la categoría «crónicamente impuntuales». Nos encanta tener su compañía, pero cuando hacen que pasemos nuestro valioso tiempo libre esperándolos, no puedo evitar sentir que nos están robando lo que más valoramos.

Espero no ofender a los lectores al decir que muchos de nuestros amigos que llegan tarde, aunque no todos, son latinoamericanos, al igual que Alejandro. Estoy consciente de que no todos los latinoamericanos son impuntuales, pero en nuestro círculo es un rasgo común. Los estadounidenses, he descubierto, somos inusuales por el valor que muchos de nosotros le damos a la puntualidad. Por mi parte, me parece insoportable llegar tarde, y entro en algo cercano al pánico para llegar a los lugares exactamente a la hora que prometí.

La actitud de Alejandro sobre la impuntualidad refleja tanto su cultura como su personalidad ecuánime: no le encanta esperar a la gente, pero no lo considera un impedimento para tener una buena relación o pasar un buen rato.

Yo tengo una reacción muy distinta: los retrasos, especialmente de dos y tres horas como nos ha sucedido con algunos de nuestros amigos, me enojan, me amargan y, como ha señalado Alejandro varias veces, me dejan al borde de la histeria.

Cuando era soltera y las amistadas eran relaciones entre sólo dos personas, tenía la libertad de lidiar con los amigos impuntuales de la forma que veía pertinente. Recuerdo una amiga de mi juventud en Nueva York que llegó tarde, me dejó plantada o cambió de planes a último minuto en demasiadas ocasiones. Cuando me llamó un día, le informé que ya no haría planes con ella. Fue, claro, el fin de nuestra amistad, lo que fue una perdida, pero en ese entonces era una amistad que sólo perdía yo.

Ahora que soy parte de una familia, no puede permitirle a mi indignación recta romper lazos de esa forma. Pero al mismo tiempo no puedo disfrutar de la compañía cuando me siento pisoteada.

***

La forma en que hemos lidiado con el problema es simplemente evitar reunirnos con los que llegan tarde crónicamente. Pero, tristemente, eso deja afuera a muchas personas de las que Alejandro más aprecia.

«Siento que te he aislado de los amigos con los que quieres pasar el rato», le dije no hace mucho tiempo.

«Ellos siempre van a llegar tarde, y tú nunca vas a ser tolerante. Ninguno va a cambiar, así que es imposible», expresó, con tono de derrota.

«Quizás podemos crear un sistema para que ellos puedan llegar tarde, pero yo me pueda sentir menos ofendida a causa de eso», sugerí.

Revisamos la lista de nuestros amigos y elaboramos recetas para enfrentar el tema.

Para una familia, que un sinfín de veces nos ha dejado esperando en casa durante horas, decidimos implementar una estrategia de no regresar a casa hasta que nos llaman para decir que están enfrente de nuestra puerta. Sólo entonces, regresamos del parque o de hacer mandados para abrir la puerta. Este es, a mi parecer, un comportamiento impresionantemente descortés de nuestra parte, pero ellos de hecho parecen aliviados por la falta de presión.

Para otros amigos, nos comprometimos a reunirnos con ellos sólo en lugares donde nos podemos entretener mientras esperamos, como un parque público, un restaurante de autoservicio o la playa. Además, ya nunca les decimos a nuestros hijos de 5 y 6 años que tenemos planeado reunirnos con ciertas personas. En cambio, ellos quedan gratamente sorprendidos cuando llegan.

Otros, que han llegado demasiado tarde en demasiadas ocasiones, son amigos que Alejandro tiene que ver por su cuenta. Si nos encontramos con ellos, estoy contenta, porque realmente me caen bien. Pero ya no puedo soportar sus retrasos.

Todavía no tenemos una buena solución para lo que consideramos la máxima experiencia social: hacer carne asada al costado de la piscina en nuestra casa, algo que como buen uruguayo mi marido disfruta especialmente.

«¿Los invitamos a las 11 y planeamos empezar a las 15?», bromeé.

«¡Eso es perfecto!», exclamó Alejandro, completamente en serio.

No estoy segura de poder lidiar con eso, pero con suficiente sol y cerveza fría para aplacarme cuando estoy al borde de la histeria, es una posibilidad.

Fuente:

Cuando los amigos siempre llegan tarde

http://online.wsj.com