El premio Nobel de Economía en 2008, influyente columnista y asesor intermitente de Obama, Paul Krugman la ha tomado con el oro últimamente.
La semana pasada le dedicó la mitad de sus blogs al precio del oro, desarrollando el argumento de que el precio del oro se determinaba según la regla de Hotelling. Una forma académica de decir que el oro es como los diamantes, un bien artificialmente atesorado para sostener su precio. Todo con tal de evitar que pensemos en el oro como dinero, un bien que se atesora por que es un depósito de valor, es decir ahorro. Los keynesianos como Krugman o Bernanke quieren evitar a todo coste que el público en general vuelva a ver el oro como dinero, puesto que entonces rápidamente encontraría la explicación a la subida de su precio (o tipo de cambio) en la Ley de Gresham. Nada les da más miedo a estos economistas que la gente de la calle se haga preguntas sobre cual es el dinero bueno y cual es el malo, y qué aspectos determinan la bondad del dinero. Todos sabemos lo que dice la copla sobre la falsa moneda, “que de mano en mano va, y ninguno se la queda”.
De hecho Krugman aprovechó para cargar también contra Bitcoin, una moneda digital experimental, con la acusación de que a pesar de ser digital, también es una reliquia bárbara. Lanzando así a la vez un dardo contra el oro. Como buen keynesiano Krugman censura cualquier moneda que pueda devenir deflacionaria. Pero lo que de verdad indigna a tecnócratas como Krugman, tan cercanos al poder y tan amigos de la planificación central, es cualquier instrumento financiero que escape a su control. Lo que da valor al oro, como a cualquier moneda voluntaria, es el mercado. Algo que escapa a su control y dirección. Por eso adoran el dinero fiat y la banca central. (No olvidemos que el “Nobel de Economía” no lo otorga la Fundación Nobel, sino el banco central de Suecia.)
Esta semana ha vuelto a la carga, intentando de forma poco sutil sugerir que el oro está en plena burbuja y tocando techo. Para ello utiliza este gráfico del precio del oro deflactado según el IPC americano.
De nuevo intenta, escogiendo el planteamiento inicial, llevarnos a la conclusión equivocada. En vez de utilizar medidas relativas, como el ratio oro/Dow o la relación petroleo/oro, pretende darnos gato por liebre con el IPC, la estadística menos fiable y cuya metodología más veces se ha cambiado.
Si vemos el oro como lo que es, dinero, y lo comparamos con otras medidas monetarias como la M3, vemos que el aspecto del gráfico cambia sustancialmente.
Krugman es un poco más sutil que otros, como Nouriel Roubini que se ha estrellado tras repetir en varias ocasiones que el precio del oro a 1.500 o a 2.000 dólares la onza era inconcebible. Su supuesta independencia al no ostentar un cargo público le permite hablar con más soltura y credibilidad que funcionarios como Ben Bernanke, que no tienen mucha libertad para salirse de la linea oficial (“El oro no es dinero, sólo lo guardamos por tradición”).
Por otra parte, como alguién que ha dedicado gran parte de su carrera académica a estudiar historia económica y comercio internacional, sabemos que Krugman está siendo más humilde de la cuenta (por no decir poco sincero) cuando alega no saber nada del oro ni de como se determina su precio. Su animadversión viene de lejos y está fundamentada en su adhesión a las ideas de John Maynard Keynes.
Tan sólo puedo recomendar a los lectores que tengan cuidado con los “expertos” y se eduquen e informen por su cuenta. Un buen lugar por dónde empezar es “La inflación del dinero fiat en Francia” de Andrew Dickson White. “What has government done to our money?” de Murray Rothbard es otra obra imprescindible y muy breve. Ambos libros están disponibles gratis en internet, así que no hay excusa para la ignorancia.
Fuente:
Krugman contra el oro
www.oroyfinanzas.com