Hombre vs. máquina: la pelea del siglo

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Fuente: es.chessbase.com/

A los inversionistas siempre les ha costado superar el desempeño de los fondos indexados. Últimamente, sin embargo, ha sido casi imposible. No sólo eso. El selecto grupo de gestores que lo ha logrado casi nunca lo ha hecho de una manera consistente.

Los expertos atribuyen gran parte de la culpa al ascenso de sofisticados programas computarizados de compra y venta de valores.

Un dato a tener en cuenta: entre los más de 200 asesores que figuran en la lista de Hulbert Financial Digest, solamente 51 superaron el rendimiento del mercado entre el 30 de abril de 2002 y 2012, tomando en cuenta la evolución del índice Wilshire 5000 Total Market, e incluyendo la reinversión de dividendos. Apenas 11, es decir 22%, han derrotado al mercado desde entonces. En los últimos 12 meses, el índice Wilshire ha superado en 6,2% el rendimiento del grupo.

En otras palabras, no hay ninguna garantía de que un inversionista que se haya desempeñado por encima del mercado en un momento dado repita la gracia en el siguiente.

«Antes de la era en que los programas informáticos dominaban las transacciones, era un poco más fácil identificar con antelación a los mejores asesores, porque era más sencillo entender y evaluar lo que estaban haciendo», explica Lawrence G. Tint, presidente de la junta de la firma de gestión de riesgo para inversionistas institucionales Quantal International.

Una de las principales razones que explica el triunfo de las máquinas es nuestra incapacidad para procesar grandes cantidades de información financiera, que cada año se vuelve más compleja y voluminosa.

Terrance Odean, profesor de Finanzas de la Universidad de California en Berkeley, ha estudiado detenidamente la conducta y el desempeño de los operadores individuales. Señala que antes, cuando alguien compraba o vendía una acción, al otro lado de la transacción había otro ser humano. «Ahora, uno está compitiendo contra una supercomputadora», dice.

«Los individuos ya no están jugando contra los grandes maestros; están jugando contra Deep Blue,» indica, en alusión a los famosos partidos a fines de los 90 entre los grandes campeones de ajedrez y la supercomputadora de International Business Machines. Los inversionistas «perderán casi con certeza», predice.

Otro motivo por el que los operadores humanos están perdiendo la batalla contra las máquinas es su incapacidad para evaluar datos complejos. Observan la misma información en diferentes ocasiones y llegan a conclusiones distintas. Además, dejan que inadvertidamente sus emociones influyan en sus decisiones.

Daniel Kahneman, profesor emérito de psicología y asuntos públicos de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía en 2002, ha estudiado a fondo este fenómeno. En su libro de 2011 «Pensar rápido, pensar despacio», revisó más de 200 estudios académicos de las últimas cinco décadas que analizaron competencias directas entre seres humanos y algoritmos mecánicos.

Kahneman señala que los humanos pierden de forma consistente contra las máquinas en una amplia gama de campos de conocimiento, como medicina, economía, negocios, psicología y hasta en la capacidad para evaluar la calidad del vino francés. En cada uno de estos ámbitos, asevera, «la precisión de los expertos fue igualada o superada por un simple algoritmo».

Entonces, ¿cómo explicar el éxito de Warren Buffett, presidente de Berkshire Hathaway, que ha superado al mercado por un margen holgado durante las últimas cuatro décadas? ¿Acaso se trata de una excepción?

Es muy posible que Buffett sea mejor que sus competidores. No obstante, con un portafolio tan grande como el que administra, le costará más elegir acciones que tendrán un mejor desempeño que un fondo indexado, dice otro legendario inversionista, Bill Miller. El propio Buffett prevé que los retornos futuros de Berkshire solo superen levemente los del S&P 500, que agrupa las acciones de las principales empresas estadounidenses.

Tint, por su parte, sostiene que buena parte del valor que Berkshire ha generado en los últimos años no proviene de las proezas de Buffett a la hora de escoger acciones en las que invertir, sino de la inmensa cantidad de efectivo a su disposición, que le concede una ventaja gigantesca en el manejo del holding de inversiones y le permite negociar condiciones muy favorables con empresas que necesitan fondos y no tienen acceso expedito a otras fuentes de capital.

Las implicaciones para los inversionistas son claras: es mejor no hacer negociaciones de corto plazo, que son dominadas por las computadoras de Wall Street. La alternativa más obvia, dicen los expertos, es comprar y mantener en la cartera por un plazo largo una combinación de fondos indexados diversificados con costos bajos.

Más allá de eso, ¿tiene todavía el ser humano un papel que jugar en un mundo donde pierde tan a menudo contra las máquinas?

La respuesta es que sí, según Brad Barber, profesor de Finanzas de la Universidad de California en Davis, quien ha analizado el comportamiento y el desempeño de los inversionistas particulares. Hay ciertas cosas que las computadoras no hacen o no pueden hacer bien, como determinar cuáles son los patrones más relevantes que surgen de los datos. «Si no se entienden los motivos de una tendencia, es vulnerable a seguir un algoritmo disparatado que probablemente tendrá un mal desempeño», agrega.

Las computadoras tampoco están diseñadas para pensar creativamente y diseñar nuevas hipótesis capaces de derrotar al mercado en el futuro, subraya Tint, quien visualiza una alianza hombre-máquina en la que las computadoras pueden ensayar de forma rigurosa nuestras hipótesis y ejecutar las que pasaron la prueba.

El problema es que la mayoría de los inversionistas no tienen ni el hardware ni las bases de datos necesarios para aprovechar todo el potencial de las computadoras.

Incluso los profesionales que pueden acceder a estos recursos deben reconocer las limitaciones de su proceso de toma de decisiones. Hasta que no las conozcan es probable que exageren sus aportes y le resten importancia a lo que puedan hacer las computadoras.

Odean afirma que los peores desempeños en sus estudios correspondieron a los inversionistas que se sentían más confiados de sus capacidades. Esto los hizo negociar con más frecuencia e incurrir en un mayor riesgo.