Medido por casi cualquier indicador, el mundo está hoy mejor que nunca. La pobreza extrema se ha reducido a la mitad en los últimos 25 años, la mortalidad infantil se está desplomando y muchos países que dependieron durante mucho tiempo de la ayuda internacional son autosuficientes.
Entonces, ¿por qué tantas personas creen que la situación está empeorando? En gran parte esto se debe a que muchas de ellas son presa de tres mitos profundamente dañinos sobre la pobreza global y el desarrollo. No caiga en la trampa.
Mito número uno: los países pobres están destinados a seguir siendo pobres.
No es cierto. Los ingresos y otros índices de bienestar humano están creciendo en casi todos lados, incluyendo África.
Tomemos el ejemplo de Ciudad de México. En 1987, cuando visitamos la capital mexicana por primera vez, la mayoría de las viviendas carecía de agua potable y a menudo vimos personas que iban a pie a buscar agua para llenar sus bidones. Nos recordaba África rural. El ejecutivo a cargo de la oficina de Microsoft en Ciudad de México enviaba a sus hijos a Estados Unidos para que se hicieran exámenes médicos y asegurarse de que el smog de la ciudad no los estaba enfermando.
A lo largo de nuestras vidas, el retrato global de la pobreza ha cambiado por completo. Los ingresos per cápita de Turquía y Chile se ubican donde estaban los de EE.UU. en 1960. Malasia está casi en ese nivel, al igual que Gabón. El ingreso real por persona en China se ha multiplicado por ocho desde 1960. En India se ha cuadruplicado, en Brasil casi se ha quintuplicado y la diminuta Botsuana, gracias a una gestión inteligente de sus recursos minerales, ha visto un aumento de 30 veces. Una nueva clase de países de ingresos medios que casi no existía hace 50 años ahora abarca a más de la mitad de la población del mundo.
Y sí, África también es parte de este fenómeno. El ingreso per cápita en el continente se ha elevado más de dos tercios desde 1998, de poco más de US$1.300 a casi US$2.200 hoy en día. Siete de las 10 economías de más rápido crecimiento en el último quinquenio están en África.
Esta es nuestra predicción: para 2035, casi no existirá ningún país pobre en el mundo. Sí, algunos pocos países se quedarán rezagados por la guerra, las realidades políticas (como Corea del Norte) o la geografía (como algunos estados al interior de África sin salida al mar). Pero todos los países de Sudamérica, Asia y Centro América (con la posible excepción de Haití) y la mayoría de los países de la costa de África serán de clase media. Más de 70% de los países tendrán un ingreso per cápita mayor al que China tiene hoy.
Mito número dos: la ayuda extranjera es un gran desperdicio
A decir verdad, es una inversión fenomenal. La ayuda extranjera no solo salva vidas; también sienta las bases para el progreso económico a largo plazo.
Muchos creen que la asistencia externa constituye una parte considerable de los presupuestos de los países ricos. Cuando encuestadores les preguntan a los estadounidenses qué proporción del presupuesto del gobierno se destina a ayudar a otros países, la respuesta más común es «25%». En realidad, es menos de 1%. (Incluso Noruega, el país más generoso del mundo, gasta menos de 3%). El gobierno estadounidense gasta más del doble en subsidios agrícolas que en apoyar la salud global. Gasta más de 60 veces más en fines militares.
Una queja común sobre la ayuda internacional es que una parte se pierde en corrupción, y claro, parte de ella termina así. Pero las historias de terror que usted escucha, donde la asistencia solo contribuye a que un dictador se construya palacios, provienen en su mayoría de un tiempo en que la colaboración estaba diseñada con el fin de conquistar aliados para la Guerra Fría más que para mejorar las vidas de las personas.
El problema actual es mucho más pequeño. La corrupción a pequeña escala, como en la que cae un funcionario gubernamental cuando presenta viáticos falsos de viajes, es una ineficiencia que equivale a un impuesto a la ayuda. Deberíamos tratar de reducirlo, pero no podemos eliminarlo, como tampoco podemos acabar con el desperdicio de ningún programa gubernamental, o de una empresa. Supongamos que la corrupción a pequeña escala equivale a un impuesto de 2% en el costo de salvar una vida. Deberíamos tratar de disminuirlo. Pero si no podemos, ¿deberíamos dejar de tratar de salvar esas vidas?
Hemos escuchado a demasiadas personas hacer llamados para poner fin a programas de ayuda si se encuentra un dólar de corrupción. Pero cuatro de los últimos siete gobernadores de Illinois fueron a la cárcel por corrupción y nadie está pidiendo el cierre de las escuelas ni de las carreteras de ese estado.
También escuchamos a los críticos lamentar de que la asistencia hace que los países se vuelvan dependientes de la generosidad extranjera. Pero ese argumento se aplica solamente a los casos más difíciles que aún intentan ser autosuficientes. Aquí va una rápida lista de grandes receptores de ayuda internacional que han crecido tanto que ya casi no reciben apoyo: Brasil, México, Chile, Costa Rica, Perú, Tailandia, Mauricio, Botsuana, Marruecos, Singapur y Malasia.
La ayuda también contribuye a obtener mejoras en salud, agricultura e infraestructura que tienen una fuerte correlación con el crecimiento a largo plazo. Un bebé nacido en 1960 tenía una probabilidad de 18% de morir antes de cumplir los 5 años. En el caso de un niño que nace hoy, esa probabilidad es inferior a 5% y en 2035 será de 1,6%. No se nos ocurre ningún otro avance en el bienestar humano en 75 años que siquiera se le acerque. ¿Un desperdicio? Cuesta creer que lo sea.
Mito número tres: salvar vidas conduce a la sobrepoblación
Remontándonos hasta al menos Thomas Malthus en 1798, a la gente le preocupan los escenarios apocalípticos en los que el suministro de alimentos no puede sostener el crecimiento de la población. Esta clase de teorías han metido al mundo en varios problemas. La ansiedad en torno al tamaño de la población global tiene una tendencia peligrosa de dejar de lado la preocupación por los seres humanos que componen esa población.
Permitir que los niños mueran ahora para que no se mueran de hambre más adelante no es solo un acto desalmado. Tampoco funciona, gracias a Dios.
Tal vez no parezca muy lógico, pero los países con la mortalidad más alta tienen las poblaciones de mayor crecimiento del mundo. El motivo es que las mujeres en estos países también tienden a tener más hijos.
Cuando más niños sobreviven, los padres deciden tener familias más pequeñas. Considere el caso de Tailandia, donde la mortalidad empezó a caer alrededor de 1960. Para 1970, después de que el gobierno invirtió en un robusto programa de planificación familiar, las tasas de natalidad empezaron a descender. En el curso de apenas dos décadas, las tailandesas pasaron de tener seis hijos en promedio a tener dos. Hoy, la mortalidad infantil en Tailandia es casi tan baja como en EE.UU. y las tailandesas tienen en promedio 1,6 hijos. Ese patrón de menores tasas de mortandad acompañadas de una caída de la natalidad aplica a la vasta mayoría del mundo.
Salvar vidas no produce una sobrepoblación. Todo lo contrario. Crear sociedades donde la gente disfruta de una salud básica, una prosperidad relativa, equidad fundamental y acceso a anticonceptivos es el único camino hacia un mundo sustentable.
Más personas, en especial los líderes políticos, necesitan conocer las ideas falsas detrás de estos mitos. La realidad es que, ya sea que se vea el tema con la óptica de un individuo o de un gobierno, las contribuciones para promover la salud y el desarrollo internacional ofrecen un retorno asombroso. Todos tenemos la oportunidad de crear un mundo donde la pobreza es la excepción en lugar de la regla.
Fuente:
Los tres mitos de la pobreza, según Bill y Melinda Gates