Con gran preocupación hemos seguido en los últimos días la tragedia japonesa, generada por el terremoto del pasado 11 de marzo y el tsunami que afectó principalmente las zonas costeras,
pero también los potenciales riesgos que se han detectado en las plantas de energía nuclear del país asiático.
Precisamente los problemas nucleares podrían traer consecuencias tan graves o incluso superiores a las generadas por el propio desastre natural y fueron la principal causa del desplome de las bolsas mundiales este martes.
El índice de Nikkei, principal referencia de las acciones de la bolsa de Tokio, retrocedió 10,55%. El lunes finalizó sobre los 9.000 puntos y ayer terminó la sesión en 8.605 puntos. Desde el instante del terremoto, el indicador ha caído 17%.
Es apenas lógico que los mercados reaccionen de esta forma frente a las acciones japonesas y que tanto los grandes inversionistas de ese país como los internacionales hayan decidido vender y liquidar sus posiciones en el país asiático.
Además, las nuevas noticias sobre fugas y explosiones en las plantas de energía nuclear incrementaron el nerviosismo del mercado.
Pero, ¿hasta qué punto este tipo de situaciones no se convierten también en el escenario ideal para que especuladores del mercado traten de obtener beneficios de corto plazo esperando peores noticias sobre el desastre natural y las plantas de energía?
Recordemos que en los mercados internacionales se pueden hacer operaciones de «venta en corto» para obtener ganancias con la caída de las acciones o los índices bursátiles. Son operaciones donde en un primer momento se vende el activo y posteriormente se trata de comprar a un precio inferior al de la primera operación.
Y este interrogante me lleva a otra gran pregunta. ¿Es ético pretender obtener ganancias en la bolsa a partir de tragedias humanas como la que afrontan los japoneses?
Claro, también hay que tener en cuenta otros puntos de vista. Por ejemplo, un inversionista en Tokio que vive en carne propia las consecuencias del terremoto, podría pensar en cubrir su capital en la bolsa a través una operación de «venta en corto» sobre el índice Nikkei. Sería una medida de cobertura que, en caso de agravarse la situación japonesa, podría proteger su capital, y tener mayor tranquilidad por lo menos en el aspecto económico.
Más allá del debate ético y moral sobre las ganancias rápidas que ahora buscan los especuladores o las alternativas de cobertura de riesgo que podrían utilizar los japoneses para proteger sus capitales, es en la legislación del mercado donde se deben resolver este tipo de temas.
Definitivamente considero que la mejor decisión hubiera sido cerrar la bolsa de Tokio durante varios días y no exponer las acciones del ya castigado país asiático, a la volatilidad de un mercado nervioso, especulativo y movido por las euforia de las noticias.
Recordemos el memorable 11 de septiembre cuando se generó el peor ataque terrorista sobre Estados Unidos. Ese día se cerró la bolsa de Nueva York y solamente volvió a operar hasta el 17 de septiembre; es decir, no se registraron negociaciones durante cuatro jornadas.
Está comprobado que en situaciones extremas son los pequeños inversionistas quienes presentan las grandes pérdidas, porqué son los primeros que salen a vender sus acciones «asustados» por las crisis y desplomes de las bolsas.
Diferente es la situación de inversionistas profesionales o con grandes capitales quienes tienen una capacidad para sostener sus posiciones y no dejarse contagiar por el nerviosismo de un mercado.
Por ello, es mejor cerrar la bolsa, esperar a que el mercado se informe de manera suficiente sobre lo que está sucediendo y una vez pase un tiempo prudente, reabra la plaza bursátil ya con un mercado menos afectado por las devastadoras noticias.
Que la situación de Japón sirva de experiencia también a los actores y legisladores del mercado de capitales colombiano para reaccionar rápidamente a situaciones extremas y proteger el capital, principalmente de pequeños inversionistas.
Fuente:
¿Por qué no cerraron la bolsa de Japón?
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