La principal preocupación de los empresarios nacionales, además del desempleo, que continúa siendo el más elevado de América Latina, es la persistente revaluación del peso colombiano respecto de las monedas de nuestros principales competidores.
El creciente flujo derivado de la Inversión Extranjera Directa (IED), así como el explosivo incremento de la cartera en moneda extranjera, especialmente los préstamos con vencimientos inferiores a 90 días, contribuyen decisivamente a mantener la apreciación del peso colombiano en torno del 18% en los últimos tres años. Hoy, el peso colombiano es la moneda más fuerte de la región.
El Banco de la República reanudó la semana pasada la intervención en el mercado cambiario local, mediante compra de dólares -de al menos 20 millones diarios- en los próximos 4 meses, en un esfuerzo para suavizar la volatilidad de la tasa de cambio. El mercado reaccionó inicialmente de manera favorable a esta medida, pero pronto retomaría el sendero de su preocupante apreciación.
El gradual retorno de los flujos de capital a los países emergentes, previsto en el último informe del Institute of International Finance, y en el caso particular de Colombia, el favorable sostenimiento de la IED en el sector minero-energético, le permite a estas naciones, que tienen limitados niveles de ahorro, atraer recursos al ramo productivo. Pero algunos de estos flujos, especialmente los de naturaleza temporal o de corto plazo, tienen efectos perversos, reflejo del diferencial de tasas de interés y de rentabilidad entre los mercados de los países desarrollados y las economías emergentes que gozan de una coyuntura económica propicia.
La apreciación de la moneda local es el impacto adverso de más trascendencia, pues destruye la competitividad internacional de los sectores transables, en especial agricultura y productos de exportación; promueve el excesivo endeudamiento externo en moneda extranjera y facilita la generación de burbujas especulativas en el sector real de la economía.
La literatura especializada confirma que no es posible mantener simultáneamente una meta cuantitativa de inflación, denominada ‘inflación objetivo’, y una tasa de cambio determinada en un ambiente de libertad plena de flujos de capital.
Esta es la opinión de José Antonio Cordero y Juan Antonio Montecino, plasmada en un texto del Center for Economic and Policy Research sobre los controles de capital en los países en desarrollo, en el cual sostienen que la aplicación de restricciones a la movilidad de capitales contribuye a conservar la independencia de los bancos centrales en su empeño por mantener bajas y estables tasas de inflación, y permite alterar la madurez y la composición de los flujos de capital.
Jonathan Ostry, en compañía de otros colegas del Departamento de Investigación del FMI, asegura, en el documento ‘Capital Inflows: The Role of Controls’, que la aplicación del control de capitales se justifica si la economía trabaja a capacidad, el nivel de reservas internacionales es adecuado, la tasa de cambio está apreciada y los flujos de capital son transitorios. Ostry reitera que si la tasa de cambio está revaluada, se requiere «una política proactiva», que puede incluir una reducción de la tasa de interés. ¿Receta para Colombia?
Fuente:
Revaluación y control de capitales
Andrés Espinosa Fenwarth