La integridad, unido a la excelencia, a la búsqueda esforzada y continuada de ella, deja siempre una huella positiva en la empresa, en el entorno, en las personas que nos rodean y en la sociedad.
El mes pasado participé en un evento apasionante y extraordinario.
Tuvo lugar en Valencia (España), en el Real Club Náutico, y los protagonistas fueron los alumnos del EMBA de Prime Business School (Universidad Sergio Arboleda) y el fenomenal equipo de Postgrados de la Universidad Politécnica, centro académico de excelencia en España, recientemente situado entre las seis mejores universidades del país, sobre todo por su altísima calidad de la investigación.
Digo que fue un evento extraordinario porque tuve ante mí la evidencia de que el desafío más grande que tiene que afrontar un líder es la coordinación de personas, concretamente lograr que sean un equipo. No se trata de alcanzar la meta de cualquier manera y a cualquier precio. No todo vale sino que, como en todo juego, hay unas reglas que es necesario respetar.
La integridad, unido a la excelencia, a la búsqueda esforzada y continuada de ella, deja siempre una huella positiva en la empresa, en el entorno, en las personas que nos rodean y en la sociedad. Y esto es la esencia de un líder: dejar una huella positiva detrás de su actuar.
Esto quise transmitir a los alumnos de la Semana Internacional, cuando les hablé de lo que diferencia a un gran líder, a un líder de leyenda, de uno que no lo es. Ese factor diferencial es la profundidad de la huella que deja. Esa huella positiva se consigue con buenos y repetidos comportamientos (hábitos), es decir, con una lucha diaria por ser íntegros y buscar la excelencia. No somos perfectos, pero somos perfeccionables.
Durante la regata, todos los veleros querían llegar primeros a la meta. Se compitió de verdad. Y en cada uno de los tres veleros había un capitán que dirigía a unos “marineros” que por primera vez corrían una regata. Subrayo lo de “por primera vez”, porque la excelencia a la que me refiero es una búsqueda progresiva y solidaria, no un punto de arranque elitista o de llegada conservadora.
Es decir, la excelencia implica un desarrollo y un perfeccionamiento progresivos. Somos perfeccionables hasta el último día de nuestra existencia: podemos mejorar, y mucho, sobre todo cuando trabajamos sobre nuestras fortalezas, y en cambio muy poco cuando nos enfocamos en nuestras debilidades.
También esto se vio durante la regata. Quienes se subieron por primera vez a un velero y disputaron la regata sin saber la diferencia entre popa y proa, o entre el palo mayor, el trinquete y la mesana, comprobaron que el conocimiento es importante pero no es lo definitivo.
Donde nos jugamos casi todo es en la actitud, la motivación y la capacidad de superar los miedos que nos bloquean y nos taladran la mente, cuando no también el corazón, diciéndonos que no podemos, que estamos ante algo que nos supera y que excede nuestra capacidad.
Nunca olvidaré lo que me dijo una vez un exitoso gerente de altísimo nivel y reconocimiento en Colombia hablando de sí mismo y de sus colegas: “La verdad es que no sabemos nada o muy poco. Improvisamos constantemente. El mundo siempre va más rápido que nuestro conocimiento”.
Comentando las enseñanzas del día de regatas, quiero destacar el comentario del magnífico profesor Jaime Alonso: “La clave del liderazgo y del trabajo en equipo es lograr un balance positivo entre la administración de grados de libertad y la eficiencia.
Es importante la libertad pero con unos límites. En el mar, cuando conduces un velero y cuando compites, no se puede cualquier cosa. La creatividad tiene también un radio de acción”.
Con palabras de Mauricio Campillo: «El liderazgo es la puesta en práctica de las fortalezas teniendo clara la ruta y los objetivos. Es importante que un líder asegure que el equipo tiene los medios mínimos para lograr la meta, conozca las condiciones del entorno, distribuya funciones, defina una estrategia y anime a los miembros del equipo para lograr los objetivos».
La navegación es una excelente metáfora de la vida, y la competencia de una regata explica muy bien la realidad del mundo de la empresa. Te enseña que los instrumentos son importantes (necesitas de un buen barco) pero aún más lo son las personas (la tripulación), a la vez que éstas pueden llegar a no servir para nada si no logran actuar en equipo y dominar el entorno (condiciones climáticas).
Es fundamental hacer las cosas bien: no perfectas, que es imposible, sino simplemente un poco mejor que la competencia, aunque sea solo unos metros, a veces centímetros de diferencia. Estoy convencido de que el líder del futuro se parecerá más a un regatista que al gerente tradicional, generalmente poco flexible ante las olas de mar y los cambios repentinos de viento.
Pablo Álamo
PH. D. c. Economía y Empresa Universidad de Comillas
Empresa y humanismo
Universidad Sergio Arboleda
Twitter: @pabloalamo