Siglo minero-energético: ¿fuente de optimismo o preocupación?

Pocas personas conocen que mi participación en el sector público y, específicamente, en el sector de minas y energía tuvo en el ex ministro Carlos Caballero Argáez un protagonista fundamental; fue él quien me llevó a este como su viceministro y me dio la extraordinaria oportunidad de participar en este complejo, pero apasionante mundo.

Le guardo enorme aprecio y respeto, como seguramente ocurre con la gran mayoría de las personas que disfrutan de sus opiniones, tanto en la academia, como en los círculos económicos, y quienes leen sus artículos de prensa.

El pasado sábado 25 de septiembre del 2010, en su artículo ‘Del siglo del café al del petróleo y la minería’, el ex ministro hace un análisis de la evolución de la economía colombiana en el siglo XX y en lo que va corrido del actual siglo, aludiendo al cambio de una economía agrícola hacia una economía petrolera y minera.

Llama a su vez la atención acerca de la necesidad urgente de tomar medidas para profundizar en una diversificación de la economía y procurar las herramientas macroeconómicas necesarias para evitar que el fortalecimiento de la economía del sector extractivo afecte la competitividad de otros sectores, con la consecuencia dramática de la pérdida de empleos en los mismos, producto, entre otras cosas, del fortalecimiento del peso por efecto, en teoría, de la profundización en las inversiones minero- energéticas, indicando a su vez que el sector no es un gran generador de empleo, y que no es exactamente un encadenador económico.

No obstante mi cercanía, y, como lo manifesté, respeto y aprecio, quisiera disentir sobre la caracterización que el ex ministro hace del ramo y, por ende, la dificultad que se podría generar de no observar las especiales circunstancias que revisten a estas actividades:

En primer lugar, todo el sector minero-energético (minas, petróleo, gas natural, energía eléctrica) pesa un poco menos del 7 por ciento del PIB, luego pensar que esta es una economía que está pasando velozmente a ser minera todavía es, por lo menos, contraevidente. Continuamos siendo un país con petróleo, pero no petrolero, nunca hemos sido un país minero y todavía no lo somos.

En segundo lugar, desearía llamar la atención sobre la injusta apreciación, según la cual, el sector extractivo es absolutamente excluyente de los demás ramos; en el mismo sentido, es incorrecto afirmar, en pleno siglo XXI, que dicho sector es perfectamente incompatible con la sanidad macroeconómica y -peor aún- calificarlo de enemigo del desarrollo sostenible.

El sector extractivo, ciertamente incide en el mayor ingreso de divisas, por efecto de sus requerimientos de inversión y por las ventas externas de las materias primas, pero convertirlo en victimario por ese hecho, sin mencionar las múltiples causas reales de la revaluación -algunas de las cuales son de carácter exógeno-, podría dejar a una de las locomotoras del programa económico del actual Gobierno sin combustible antes de partir.

 

Si se identificasen ‘todas’ las fuentes macroeconómicas responsables de la revaluación, seguramente seríamos más certeros en los medicamentos; el ahorro obligado de parte de la bonanza, el inaplazable deber de sanear las finanzas públicas buscando rápidamente un escenario de superávit primario, la necesidad de incorporar o promover inversión en sectores que agreguen valor a nuestros recursos naturales no renovables, la intervención más agresiva, y por supuesto, ‘no avisada’ en el mercado cambiario, la destinación de recursos a la tecnología y la innovación, y la correcta y eficiente utilización de los recursos generados por el sector extractivo, podrían ser mucho más eficientes en resolver el problema, que responsabilizar, de manera general, al sector minero-energético como el gran causante del desastre.

En tercer lugar, contrario a lo que muchos han indicado, este sí genera un número muy importante de puestos de trabajo, además calificados y no calificados: en sólo cuatro operaciones de minería de gran escala se crean directamente cerca de 35.000 empleos, y por cada uno de ellos, se generan 4 indirectos; dichas operaciones son responsables de la mayor proporción de generación de riqueza en los departamentos del Cesar, La Guajira y Córdoba.

Por demás, las inversiones en este sector no son coyunturales, sino de larguísimo plazo; durante su ejecución se construye infraestructura que es destinada, en efecto, a sus operaciones, pero que además, se constituye en infraestructura para la prestación de servicios públicos necesarios: carreteras, puertos, aeropuertos, infraestructura de alimentación, seguridad, capacitación, comunicaciones, distribución de energía, son posibles en lugares muy apartados de nuestro país solamente por la presencia de estas inversiones.

En cuarto lugar, tampoco es afortunado estigmatizar al sector como un ‘depredador’ del medio ambiente. El hecho de que existan algunos actores cuyas prácticas no sean correctas, no debería ser patente para calificar a la totalidad de los mismos; las mejores prácticas mineras son posibles, la explotación de recursos naturales no renovables en las que se cuenta con la capacidad técnica y financiera, y los mejores comportamientos corporativos permiten tener una operación minera perfectamente sostenible, además no tenemos que ir muy lejos para verificarlo, El Cerrejón ha recuperado cerca de 3.000 hectáreas (de un total de 10.000 intervenidas) a su estado inicial, con resultados excepcionales, y es, además, ejemplo de comportamiento y compromiso con las comunidades, tal como lo son otras empresas mineras, petroleras, gaseras y de energía eléctrica que operan con estándares semejantes.

No busquemos el ahogado río arriba, busquemos la solución estructural a los problemas macroeconómicos bajo el concepto de la total compatibilidad de todas las industrias pero, además, no nos inventemos la rueda: Noruega, Chile, Brasil, Perú, Australia y otros países, en donde el sector extractivo y energético pesa más del 40 por ciento del PIB, y lo han logrado sin convertirlo en el causante de todos los males.

Recapitulando un poco entonces, tenemos que -aunque con grandes expectativas- Colombia no es aún un país ni minero ni petrolero; que un acertado manejo macroeconómico por parte de nuestras autoridades públicas, permitirá canalizar positivamente las mayores divisas que entrarán a al país gracias a un mayor crecimiento del sector minero-energético; que dicho ramo deberá continuar esforzándose por ser garantía de empleo, de desarrollo sostenible y de bienestar de sus comunidades; y que si -como lo predice el ex ministro Caballero Argáez-, estamos entrando en el ‘siglo minero-energético’, tengamos la absoluta certeza de que será en beneficio de nuestra economía, de nuestra sociedad y de nuestra nación entera.

No le pidamos a un país, en pleno desarrollo, que renuncie a lo que pareciera perfilarse como una de sus más importantes posibilidades de crecimiento.

Exijamos, por supuesto, el cumplimiento de los mejores estándares de sostenibilidad ambiental, comportamiento corporativo e interrelación con las comunidades, pero hagámoslo de manera coordinada y, sobretodo, trabajando en las causas de la enfermedad y no en los síntomas.

Invito para que este ‘siglo minero-energético’, en el que dicen que nos adentramos sea fuente de optimismo y no de preocupación.

Fuente:

Siglo minero-energético: ¿fuente de optimismo o preocupación?

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